A muchos no les cabe en la cabeza. “Qué cómo voy a dejar un libro ‘abandonado’ en una plaza, en un asiento del Metro, en una cabina telefónica”. Parece una locura y muchos nos espetan el adjetivo en nuestra propia cara. Sí, quizás tengan razón, pues hay que ser un poquito “loco”, en términos del sistema establecido, para salirse del mercado, dejar de llorar porque los libros son caros y poner manos a la obra con una idea que sólo pretende algo tan simple como compartir la lectura; leer y pasar el libro leído a otra persona que también quiera leerlo.

Algo que de tan simple se torna complejo y poco entendible, para algunos. Los que nunca liberarán un libro ponen todas las cortapisas del mundo. ”Que se van a robar los libros, la gente se quedará con ellos y la cosa no resultará nunca, jamás”.

Yo les diría; “Nunca digas nunca, porque mientras exista una sola persona que toma el libro, lo lee y lo vuelve a liberar, vale la pena, tiene sentido, tiene presente y tiene futuro. Mientras haya un lector que se incentive no sólo a liberar ese libro que cayó en sus manos, sino también a sacar un empolvado libro que agoniza en un cajón oscuro o en un rincón olvidado y lúgubre de su biblioteca, esta idea peregrina es un éxito, esto tiene todo el sentido del mundo.