Patricio Manns |
Domingo, 23 de Diciembre de 2007 21:54 |
A los ocho años tuvo su primera decepción literaria. El soneto enviado a la revista El Peneca fue rechazado olímpicamente por no estar...¡Mecanografiado! "Mi indignación de niño fue grande, vivíamos en una casa sin agua potable ni electricidad, en la mismísima punta de los cerros y ellos pedían una máquina de escribir. Furioso y frustrado me volqué hacia la novela y en los años que siguieron comencé a librar mi rudo combate contra la prosa." Si este fue un hito en la vida de Patricio Manns, y que lo haría optar definitivamente por la prosa, otro hito -esta vez cinematográfico- lo marcaría también tan profundamente como para definir su carrera literaria. Dice que con Daniel Belmar, en Concepción, realizó el más importante de sus descubrimientos literarios. Tenía 20 años y una noche fueron al cine a ver The young lions, con dos grandes del celuloide: Marlon Brando y Montgomery Clift. El hombre indicado en el lugar adecuado, podríamos decir, ya que esa noche fue más clave, incluso, que el desaire de El Peneca. Y Manns recuerda la escena como si la estuviera viendo en pantalla, ahora mismo: "Clift tirado en su litera, lee. La cámara se va lentamente en travelling hasta la cubierta del libro, de modo que el espectador puede enterarse de su título y del nombre de su autor. Súbitamente aparece un sargento, le arrebata el volumen, lo arroja al suelo y lo dispara lejos de una patada gritando: ‘Esta mierda está prohibida, ¿comprendes? Prohibida'". Esa misma noche Patricio Manns comenzó la búsqueda del misterioso y prohibido texto. Daniel Belmar no sabía nada, así es que Manns se dedicó en cuerpo y alma a seguirle la pista a Ulises, de James Joyce, ya que ese era el título de marras, y finalmente su empeño lo llevó a encontrar el único ejemplar de Concepción en los anaqueles de la Biblioteca Municipal. Ni la cara de "no sabes en qué rollito te estás metiendo" que le puso la bibliotecaria, ni el volumen del libro lo amilanaron para literalmente "devorarlo" en poco tiempo. "Se trataba de la edición argentina de Santiago Rueda, con prefacio de Jacques Mercanton y traducción de J. Salas Subirart. Ese libro me marcó para toda la vida y me aclaró mi destino literario. De tanto en tanto vuelvo a sumergirme en su lectura y siempre me maravillo nuevamente." DÍAS DE LIBROSPatricio Manns creció escuchando las narraciones de sus padres –ambos profesores rurales- quienes les leían cuentos y novelas antes de dormir, especialmente en los días de lluvia. Dice que la vida en plena cordillera, lejos de la civilización, fue un excelente incentivo para leer, leer y leer. Los libros, los caballos y los volcanes eran centrales en su vida y la bien surtida biblioteca de su madre y la naturaleza a raudales nutrirían su espíritu para siempre. Recuerda que las narraciones de su padre –a quien califica como verdadero especialista en la materia- eran memorables. Les contó por episodios –como una verdadera teleserie- casi toda la obra de los Dumas –padre e hijo- y Manns tiene aún grabadas las imágenes de esas aventuras. “Recuerdo con durable precisión al abate Faría y los muros sombríos del Castillo de If restituidos por su voz, o la Isla del Diablo y sus acantilados, y recuerdo con insondable espanto la muerte de Andre Cavalcanti, el hacha del verdugo cortando su garganta, los zapatos del verdugo saltando sobre su vientre para hacerle echar afuera sangre y vida.” El virus de la lectura ya estaba inoculado y el pequeño Patricio seguiría leyendo a Edmundo d'Amicis, Julio Verne, Emilio Salgari y muy profusamente, según nos dice, al argentino Constancio C. Virgil. Los libros nunca escasearon. Dice que llegaban por correo o en las alforjas del cartero. “La poesía tenía allí un buen espacio, porque era relativamente fácil procurarse títulos de Losada, Nascimento y otras grandes editoriales de esos años”, recuerda. Así fue como conoció no sólo a los poetas nacionales –Mistral, Neruda, Huidobro- sino también a los franceses y españoles. Desde Rimbaud, Verlaine, Baudelaire, hasta Prudhomme, Mallarmé y Apollinaire, en el caso de los galos y los peninsulares con Antonio y Manuel Machado a la cabeza y seguidos por Aleixandre, Jiménez, García Lorca, Hernández, D´amaso y Amado Alonso, Blas de Otero, Celaya, Alberti y Jorge Guillén, entre muchos otros. Las antologías también formaban parte del festín literario y entre ellas la mítica y polémica Antología de la poesía chilena nueva, de Volodia Teitelboim y Eduardo Anguita, la cual, según cuenta, “constituyó una fiesta por la variedad de temas y estilos y la evidente posibilidad de establecer lecturas comparativas.”
COMO PEZ EN EL AGUA
El quiebre con la poesía como destino literario que sufrió Manns -a raíz del famoso soneto descalificado- lo llevó a buscar consuelo en la prosa y específicamente en la novela. “Mi primer impacto durable en ese género fue Pan, del Nobel noruego Knut Hamsun, tal vez porque mi corazón de niño que soñaba vio un alter ego en ese cazador solitario y desencantado, habitando una cabaña en mitad del bosque, amigo de bestias y pájaros, maldiciente de la ciudad, pero vagamente enamorado de una sirvienta pálida llamada Irene –como el amor de Neruda en El habitante y su esperanza que vivía en un puerto, al pie de los fiordos noruegos.” Lector voraz e insaciable, a Manns no sólo le movió el piso el Ulises, de Joyce, aunque sin duda este libro lo marcó a fuego, definiendo incluso su carrera literaria. También lo han remecido otros libros, que recomienda especialmente para leer y releer, como Bajo el volcán de Malcom Lowry; El hombre sin cualidades de Robert Musil; la poesía de Cesar Vallejo, los cuentos de Borges, también Heimskringla de Snörri Sturluson, uno de los más famosos creadores de las sagas islandesas. “Para finalizar aconsejaría que leyeran mis novelas y mis poemas”, dice sin falsa modestia, agregando enfático, cuando se le pregunta ¿por qué y para qué leer?: “Pregúntale a un pez para qué necesita el agua”.
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