Benjamín Galemiri : "Mi misión es derribar las máscaras" |
Sábado, 11 de Agosto de 2007 22:19 |
"Somos pedazos de obras teatrales", dice en su voraginoso lenguaje el dramaturgo Benjamín Galemiri. Los personajes de sus obras no sólo entran con el rostro enmascarado, agrega, sino con el lenguaje, con lo que decimos. En algún minuto van a caer las máscaras y vamos a ser quienes somos. "Yo estoy en eso, esa es justamente la labor mía como dramaturgo; cuál es el momento de la caída de las máscaras y cuál es el momento de la caída de las máscaras de esta sociedad también, ahí está la dialéctica", enfatiza. Tan rica y abundante como su propio lenguaje y como la incontable cantidad de ideas atractivas que lanza por minuto -y sin pausa- es la obra de este dramaturgo "de la transición", como se le ha llamado a Benjamín Galemiri. Desde El Escaparate, en 1977, hasta Los desastres del amor, del 2003, pasando por la exitosa El coordinador, en 1992, Galemiri exhibe una interesante producción dramática que ha recibido el favor de la crítica, el público y la academia. Galemiri se define "como un auténtico cómico que huye de ser trágico", y dice que esto -además de la relación familiar- es lo que lo une al director Alejandro Goic, con quien trabajó codo a codo durante diez años. "Y él es un trágico que huye de ser cómico", explica, justificando lo que los unió, pero lo que también los obligó a hacer una necesaria y refrescante pausa en esta trama profesional. Dice que él mismo, más que un desencantado, es un espectador que usa el distanciamiento. "Uso la mirada desde fuera, yo porto eso, un decir así son las cosas, no le temamos". Es ni más ni menos, añade, que la aceptación de la angustia. Si nosotros entramos en el juego de la angustia, señala, comenzamos a comprenderla. Por eso, agrega, "no es que sea un desencantado, es más, yo creo en el paraíso. Lo profano y lo sagrado están totalmente unidos en esta sociedad. Por eso, refuerza, "cuando hay un fundamentalismo, yo lo rompo". Quizás fue eso, dice, lo que hizo tan fructífero su trabajo con Alejandro Goic. "El perseguía a un cómico y yo perseguía a un trágico. Pero eso se agotó." Dice que no existe el drama, uno llega a escribir un drama. El autor que se sienta a escribir un drama está equivocado, las cosas llegan a ser, se transforman en algo, al final, y son igualmente siniestras o cómicas al mismo tiempo. Y dice que eso es lo que persigue, esa es su dialéctica teatral. Sobre su presunta fobia contra el realismo, dice que no es tal. Dice que está en contra del realismo vernacular, así como lo entendemos acá. Es partidario del neorrealismo tal como lo inició Chéjov. "Estoy en contra del supuesto tratamiento 'realista' que se da a las obras aquí en Chile". La conexión bíblica y mapuche Galemiri es un partidario de la subjetividad. "Este es un país que juega a la objetividad, y no la tiene, aquí los culpables son inocentes, los inocentes son culpables, los tristes son cómicos, los cómicos son tristes; y las mentiras son verdades y las verdades son mentiras". Dice que si esto es así, si tenemos este polvorín adentro, por qué no tiene que entrar esto en nuestra literatura. "Nos falta desbordarnos, salirnos de los márgenes, si seguimos haciendo las cosas comme il faut (como debe ser) en el arte, vamos a hacer uno más". Ese es el estallido de la conciencia que busca, y por eso a sus alumnos les enseña, antes que a escribir, a realizar la conexión bíblica y mapuche. "No escriban hacia delante, escriban hacia atrás. Deben entrar en un trance, en una buena navegación. Por eso la técnica es secundaria". La técnica, para él, es la emoción, y la moral es la estructura. Es decir, explica, uno escribe como es y a la obra no la levantan los personajes de la historia, sino una fuerte moral, que no tiene que ver con el bien y el mal, "es como la filosofía". Esa es la mezcla, dice, que hace la dramaturgia o la escritura. Sobre su fuerte conexión con la Biblia y la tradición judía, Galemiri explica que "soy un fan de los profetas, que son los anticipadores, los que competían en las calles, los que sabían más de la Torá, que era la Ley, que en el fondo era hagiográfica, poética". Los milagros, dice, son ahora, los creamos nosotros. Dice que hay que tomar a la Biblia con sentido del humor, que no sólo es el libro más cómico de la historia de la humanidad, sino el más sexual -"a mí me ha inspirado todas las cosas"-, tiene las más grandes perversiones y las más grandes esperanzas y fe, y se construye sobre la nada, igual que la dramaturgia, palabras, el imperio y la reposición de la palabra en el mundo. "La articulación del mundo está aquí, hagamos creer entonces." La tradición judía y el humor, confiesa, está en sus huesos. El humor, dice, es destrucción, es poner en suspenso el orden, es distanciamiento. Sobre sus famosas "acotaciones", todo ese texto extra de indicaciones y pedidos extrañísimos que inserta en sus obras -el lenguaje diascálico, con el que ahora incluye hasta los pensamientos de los personajes- Galemiri dice que es la entrada de la conciencia al escenario, el cerebro que se abre. Y el que manda es el espectador, porque en el fondo, agrega, "yo quiero complacer a todo el público". Dice que disfruta más leyendo que viendo sus obras, que hay que cosas que están en el texto y que no siempre las integran los directores, y por eso a él le gusta participar tanto en los montajes. "Todos los directores chilenos se creen Neruda, quieren reescribir las obras y hasta hay momentos extrañísimos, dementes, en el que empiezan a hablar como si las obras fueran de ellos". Y aunque esto no lo atormenta, él quisiera que le obedecieran. Quiere seducir más, quiere más gloria y, aunque le digan que ya tiene bastante, ahora su meta es ganarse el Festival de Cannes, de hecho, dice, "en mi mente ya me lo gané". Benjamín Galemiri, sin duda, es un auténtico cómico que huye de lo trágico. Santiago, 29 de enero de 2004 |