Juan Antonio Massone - LEER ES ENCONTRARSE CON UNO MISMO Y CON LOS OTROS |
Lunes, 20 de Julio de 2009 22:55 |
Si en su niñez lo acompañaron especialmente los cuentos y los libros de lectura de Manuel Guzmán Maturana, la afición lectora continuó desplegándose y nutriéndose con lo mejor de la literatura. Y tiene muy claro cuáles son aquellos libros que remecieron su alma, que la tocaron con su magia y su belleza. “Son varios”, explica, señalando a los más importantes en esta lista, como Confesiones de San Agustín; Del sentimiento trágico de la vida, de Unamuno; El Quijote; algunos textos de Martin Luther King y poemas de muchos autores. Y si de libros fundamentales se trata, para Juan Antonio Massone no sólo están los señalados, sino también algunos como El Nuevo Testamento; Ensayos, de Montaigne; las grandes novelas de Dostoiewsky, la tragedia griega y poemas de muchos autores. Y si uno le pide algún consejo para leer o releer, este escritor no entrega títulos, no entrega autores determinados, pero sí contenidos, sustancia. Sus recomendaciones y sus pistas van por la búsqueda de “todo libro que despierte vida en algún aspecto importante: admiración, asombro, dramatismo, belleza, intensidad, placer, crecimiento espiritual, entretención”. Frente a una pregunta fundamental, como ¿por qué leer?, Massone apunta certero al corazón y a la esencia del tema. “Porque los libros—especialmente literarios—pueden ofrecer lo humano a través de una riqueza variopinta, en cuyos matices y facetas el lector alcanza una experiencia interesante, esto es, el propio ser conmovido por la palabra”. Y ¿para qué leer? . Aquí el escritor llega a la médula, expresando que “las finalidades son variadas, desde la entretención hasta el esclarecimiento de sí, sin olvidar una rica gama intermedia. Pero, sobre todo, la lectura puede ser un encuentro consigo y con lo vivo de los demás, de lo otro, incluyendo el enigma y la trascendencia”. Poeta, ensayista, antologador, Juan Antonio Massone es miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua y Correspondiente de la Real Academia Española, desde 1992. Entre sus obras poéticas destacan Nos poblamos de muertos en el tiempo (1976); Alguien hablará por mi silencio (1978); Las horas en el tiempo (1979); En voz altaLas siete palabras (1987), traducido al portugués en Brasil por el escritor José Afranio Moreira Duarte; Poemas del amor joven (1989); A raíz de estar despierto (1995); Pedazos enteros (2000), En el centro de tu nombre (2004); La pequeña eternidad (2004). (1983); Entre sus reconocidos ensayos están Pepita Turina o la vida que nos duele (1980); Jorge Luis Borges en su alma enamorada (1988); De abismos y salvaciones (1996); Rosa Cruchaga o el eco de la transparencia (2000); Fernando Durán Villarreal (2000). Algunos de sus escritos han sido traducidos al portugués, italiano y coreano. A fines de 2003 apareció Le doy mi palabra, selección de sus poemas en un disco compacto. Publicó el volumen Periodismo Estético (2008), semblanzas críticas y muestras antológicas de nueve escritores-periodistas chilenos.
Algunos de sus poemas:
Pedazos enteros (2000)
Una infancia
Yo fui un niño que tuvo patio con un perro que se perdió una vez y hasta el día de esta tarde no regresa.
Yo era niño que olía tierra húmeda y fue mío despedirme de momentos como si el día acostumbrara a morir.
Yo fui niño en un patio y ventolera con más ladridos debajo de la tierra. La nieve parece ahora menos blanca.
Yo era un niño que pactó con lagartijas y queltehues invocando nuevas lluvias en espera de pan con mantequilla.
Yo fui un niño y, de en medio del patio, una acacia con nidos fue arrancado. Los años aún no dicen para qué.
Yo era un niño con un perro al que asustó la muerte muy temprano y el pálpito quedó mío sin deseos.
Yo quedé niño de patio sin acacia ni perro, sin estar seguro de nada más. En los otros quedaba la alegría.
Las esperas
Se espera alcanzar labio y palabra Se espera sea pronto nueva aurora Se espera en horas de perfil delgado Se espera oler promesas de la lluvia.
Se espera que una voz diga te quiero Se espera arrancar olvido al tiempo Se espera nuevo cielo de zorzales Se espera besar el nombre de la noche.
Se espera al pie del mármol y la pena Se espera en aquel día un sin embargo Se espera que el temor calle su boca Se espera saber al fin: hemos llegado.
Credo
Creo en la Palabra Todopoderosa que deposita semillas de cielo en el polvo, suspira de júbilo o silenciosa se tiende en la entraña invisible de los vientos; creo en su Verbo, misterioso abrazo de sílabas, concebido por obra y gracia del silencio y grávida deja las almas tornasoles sin que le amedrenten desiertos o cenizas ni el artero vacío del absurdo en tumulto.
Creo en la Palabra que padece la espina del aire y en cuyo expolio se ensañan el ruido mercantil y la zozobra del tiempo; creo en los ojos inocentes, en los dedos de luces y de brisas, la mirada crucial y la mano que no rehuyennrónl.com abandono.
Creo en el Espíritu, animador de lo inerte cuando más inesperado: desata nieve en estío y despunta su albor cuando la duda hiere. Creo en la santidad peregrina de los labios, en el feliz reencuentro de todas las ausencias, en el postrer perdón a la mezquina arrogancia, en el vigor lustral de agónicos escombros y en la perenne Voz que acoge a todo nombre. Amén.
A raíz de estar despierto (1995)
Puede que el tiempo dos veces no perdone
Tú has querido defender a tantos muertos, aunque demoraste indefinidamente con los vivos. En el fondo, nadie pudo persuadirte de que la vida era enormemente más que tus rutinas y estuviste inclinado en pensar que el mundo cabía en tu ventana.
La obra del vivir no se escabulle y aprovechando el llanto de los vivos comprendes por qué ahora los muertos reclaman su consuelo. Es tu hora tal vez, quizás la única que pueda salvarte de imposturas. No te creas demasiado feliz.
Puertas
Hacia dentro la noche mira y enloquece. Insiste el día en más calles que amor. Hace tiempo se fueron mis ojos a la noche. Tan inútiles como pacientes, las esperas fervorosas espiaron en las esquinas debido a que entonces quise decirte adiós para luego dedicarte esto que sigue. Como si fuera yo una voz y tú escucharas, marchan por ti todas las horas y cruzas aquellas puertas que enloquecen a la noche.
Viendo crecer el día
Un álamo pequeño a nadie da que hablar, apenas sobresale entre la hierba pero algún día será más alta sombra.
De pie, esperando aquel día y creciendo, aunque escaso de hojas aún mostrar sabe al invisible viento y no se inquieta por más que de seguir alzando el cuerpo.
Sólo espera y crece ahora en su apenas de hojas batidas por el aire verde. A nadie da que hablar, pero erguido y silencioso, confía la promesa de sus hojas al invisible viento que lo mece.
Poemas del amor joven (1989) 1 Es sábado en mí, pero toda la semana eres tú.
2 No me has dicho te quiero y deberé dormir enamorado de muerte.
3 Por ti, hasta la pena conoce rostro de amor. Sin ti, incluso estar vivo me sobra como a un muerto.
4 Soy la mitad del mundo; la otra, está claro, deberías ser tú.
5 Hube de despedirme, queriendo como nunca lo contrario. Y dije adiós cuando las verdaderas palabras eran: me quedaría contigo.
6 Todavía quiero aquellas veces cuando dije: te quiero.
7 Lo mejor de ti perdura debajo del rostro y del vocablo: lo esencial tiene nombre secreto.
8 Yo estuve contigo aquella tarde, pero esa tarde se quedó conmigo, esa tarde me llevó consigo, esa tarde se me fue contigo, esa tarde se perdió conmigo.
9 De tu nada pude escribir algunas cosas. De cuanto sentí ya no me acuerdo. Te ofrezco humildemente esas dos nadas. 10 Alguna vez tú fuiste única. Remoto ayer. A lo mejor tú vives.
11 No te guardo rencor. Sería demasiado.
12 Uno no pide escoger o amar, simplemente se encuentra de pronto como quien amanece y echa a andar sin exigir cómo ni hasta cuándo. Alguien responderá más tarde.
En voz alta (1983)
Cuento aparte
Cuando todo parecíame sin muerte y despertaba en Casablanca, mi abuelo desayunaba en su enorme taza anaranjada; el tuyo—me imagino— cuando eras pequeño, lo haría en alguna que dijese: “recuerdos”, “para ti”, “felicidades”, porque —cuento aparte— casi siempre la dicha es un recuerdo por quien bebiera en taza de colores esa tierna felicidad hoy desteñida.
Así ha sido
He amado siempre para siempre, la luna no ha querido luz menguante y un idioma inacabable he presentido. Por siempre he amado para siempre, tan sólo que he sido interrumpido demasiadas veces por la pena.
Insomnio
El escrúpulo del universo sabe ignorar los relojes de la pena, la pasión desesperante mientras el insomnio gotea. Lamentablemente estoy despierto y no puedo olvidarme del planeta.
Las horas en el tiempo (1979)
Tres es el número perfecto
Tres son las Personas Primordiales, los años ocultos del Mesías fueron treinta, tres los Reyes Magos y la Sacra Familia, las tentaciones tres y los regalos, múltiplo de tres los doce apóstoles, tres en el Tabor y tres en el Calvario, fueron también tres los años públicos, tres veces los dejó velando en los olivos y por otras tres los halló dormidos, las negaciones tres y las horas de la Cruz. Tres veces Cristo dijo “¿Tú, me amas?”, las consultas de los jefes fueron tres, Pilato vaciló también tres veces, treinta monedas fue la tasa para el Hijo y el velo del templo se rasgó a las tres. Al tercer día resucitó de entre los muertos. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
La pequeña eternidad (2004)
Hierbas del campo
(Thomas Daskam)
Sobre hierbas del campo comparecen los ojos y uno sabe que habla vendrá cuando mire de lejos. Minuciosa, enhiesta, delicada, la pequeña foresta en su breve nacer casi no cuenta. Dispuesta e inerme para ser devorada o recibir el bandazo desdeñoso de un zapato como el mío, como el tuyo quizás. Thomas Daskam pintó una oda a lo frágil de tallos perfectos como vuelo en la bruma. La soledad nos acompaña en la tierra; delgadas estaturas, mensajes en espera bajo luz compartida de pequeñez inmensa. Lo que ofrece el mundo con cara de señuelo o de traslúcida presencia concierne para siempre: eres hierba del campo, alfabeto de viento, a la sumo verdecer de nalca por algunos días.
La carta
(Pedro Lira)
Alguien ha enviado sus deseos y esperas en esa carta que tus dedos oprimen. Mendigas de los ojos, ¿qué promesas o memorias de amor? ¿ cuáles palabras?
A tu mano vino el amor a dar su desnuda alarma para luego quedarse a solas en tu mirada casi feliz, casi completamente feliz, sin aprender a olvidarse.
Roto el silencio, la indiscreción exige girar el rostro. La mano está a la puerta; inminentes los pasos. Se cierne la amenaza, pálido temor de espantable día.
Vamos, vamos ya, acuda alguna ocurrencia. Es tan distinta la verdad con su piel dentro del cuerpo. Apresura algún decir; no harán falta promesas. Alguien no querido está ahí y tu carta solloza.
1
Estoy aquí, como un detalle que se contempla en la tarde. Eras la altura de mi dicha.
3
Cada estrella es una sonrisa de cielo; antes de dormir, el día repite en tu nombre recados de infinito azul que de ti vienen. Lo dice la voz con que me hablo a solas: amor es la palabra que te sabe única.
4
El día nos inventa muchos rostros, pero tú, sin saberlo acaso o sin decirlo, lo dejas con sabor a ti, en manos alas.
Habrá un sol que no querrá perderte. Me repetiré el milagro que eres tú como victorioso aliento en el silencio .
8
Siempre algo que decirte. Voy de viaje y gritar debo en este papel de penumbra. Resta la noche entera para velar a merced de tu silencio.
12
Si alguna vez fuiste importante porque el día buscaba descansar al amparo de tu sombra, ya no pretendas ser aquel cielo en la tierra. Ten en cuenta el silencio neutro que llegaste a ser. Pensar que ni un verso, siquiera, crece en tu favor.
13
Tendido el húmedo azul sobre la tez pacífica del lago Nahuel Huapi, no comparece tu recuerdo. ¡Qué inútil la piel de un nombre del que no sabrán los labios! Pero este azul fascina como espejo en donde acepta reposar el cielo. Eso parece bastar mientras hablo a otros días cuando las esperas rizaban de gozo toda víspera. Este azul es ventolera hermosa sin que acuda un poco de recuerdo. ¿A qué pensar cuando se hunde la sonrisa? Y todo por confiar a alguien un anticipo de cielo.
15
El amor habló temprano aun cuando no podías saber que en mí te aguardaba. Sólo que casi siempre volviste la espalda. Tú, la única que podía salvarme con una sonrisa dejada en los labios de esta pena. |